JUAN DOMINGO PERÓN
A cinco décadas de la muerte del General Perón, parece imponerse un deseo incontenible de recordar su obra, que incluye una filosofía política, una doctrina y una guía para la acción. Resignificar su legado en el contexto actual puede que resulte no sólo un desafío difícil de abordar, sino también el mejor homenaje que hoy podamos hacerle desde el pensamiento político y la militancia. 50 años después, el General aún tiene quien le escriba.
Por Germán Jendrulek.
Foto de portada: Sara Facio
Transitamos una etapa histórica de la República Argentina en la cual el Poder legislativo acaba de sancionar la ley Bases, que además de las facultades extraordinarias cedidas al presidente de la nación Javier Milei, tiene como uno de sus ejes centrales al RIGI, régimen de incentivos para las grandes inversiones. Este régimen plantea exenciones impositivas, ventajas en el giro de utilidades, condiciones onerosas de intercambio y el nulo control por parte del estado en materia ambiental a los capitales extranjeros que se inviertan para explotar durante largos años los recursos estratégicos de la Argentina. Al visualizar esta manifiesta pérdida de soberanía que implica el regalo de los recursos naturales nacionales irrumpe, con claridad, una repetición de la historia.
El 1 de julio de 1974, al morir Juan Domingo Perón, se inició un lento proceso de degradación nacional que incluyó el descalabro político y el avasallamiento institucional (incontrolable por Isabel Martínez de Perón) culminando con el golpe de estado cívico-militar de 1976. El gobierno de facto implantó, a sangre y fuego, un proyecto económico de matriz liberal que destruyó la estructura productiva argentina tal como se la conocía hasta el momento.
Conjugando la mirada retrospectiva con la observación de los hechos actuales, podemos concluir que lo irrefrenable del deseo de “volver” a Perón responde más al anhelo de evitar una trágica repetición histórica que a lo redondo del número de la efeméride.
Cada aniversario del paso a la inmortalidad de Perón supone una excelente excusa para revisitar su obra, repasar los lineamientos de filosofía y doctrinarios a través de los cuales se generó uno de los movimientos políticos de masas más importantes en la historia de Latinoamérica. El profundo arraigo popular del peronismo tiene su base en los lazos de solidaridad humana que implican su práctica y profesión, pero también, sobre todo, en el desarrollo de una conciencia nacional, al decir de Hernández Arregui, que permite pensar al mundo desde Argentina, en todos los planos en los que se dirime “la batalla cultural”.
“Nuestra doctrina es una doctrina humanista; nosotros pensamos que no hay nada superior al hombre individualmente considerado para hacer su felicidad, y al hombre colectivamente tomado, para hacer la grandeza y felicidad del país”. (Discurso ante una delegación de estudiantes brasileños, 19 de julio de 1950).
En Perón, nunca se puede pensar y trabajar el concepto de humanismo separado del de comunidad. “Nuestra finalidad no es el Estado, ni es el capital; ni siquiera es la colectividad considerada como una unidad indivisible. Nuestra finalidad es el Hombre, pero tampoco aisladamente, puesto al término de nuestros afanes, sino el Hombre que vive plenamente en la comunidad”. (Mensaje al Honorable Congreso Nacional, 1 de mayo de 1951).
A veinte años de iniciado el siglo XXI, transcurre una etapa histórica en la cual el siempre cuestionado rol del estado ha dado paso a una propuesta tan novedosa como polémica y, a nuestro humilde juicio, peligrosa: la destrucción de su propia estructura “desde dentro”.
En la República Argentina el gobierno de turno propone una especie de implosión del Estado a través de mecanismos de fagocitación, como si eso además de positivo fuera posible. Es que más allá de las crisis del capital (que se suceden cada tantos años con distintas manifestaciones y potencias según la geografía) en su lógica de recomposición permanente de la tasa de acumulación en el modelo vigente, los pueblos en general y los más desposeídos en particular, no hemos visualizado opciones alternativas claras a tener al Estado de aliado en el conflicto permanente de clases.
El perfil ideológico y la formación filosófica siguen siendo condicionantes insoslayables en la performance de los gobernantes que ocupan las estructuras del estado. Y esto sucede tanto a nivel geopolítico como en el marco de los estados nacionales.
Juan Perón siempre tuvo muy clara esta cuestión más allá del posicionamiento teórico y su praxis política. “La organización de la riqueza, la reactivación de la economía y la conformación orgánica de las fuerzas económicas, permitirán que gobierno, trabajo y capital puedan formar la trilogía del bienestar, mediante la armoniosa convivencia de sus factores componentes.” (Charla radiofónica, 5 de noviembre de 1951).
Distribución (equitativa) de la riqueza y la mano interventora del Estado son hermanas inseparables. “Creemos que el proceso económico -por lo menos en nuestro país- es un proceso de creación permanente de riquezas y que ellas deben ser concomitantemente distribuidas a fin de que la economía sirva al Bienestar Social.” (10 de febrero de 1953).
El General no alcanzó a presenciar la destrucción definitiva del modelo de industrialización por sustitución de importaciones y la consecuente implantación del modelo de valorización financiera. Pero sí pudo observar la punta de ese gran ovillo que fue el plan sistemático de asalto al poder y quiebre de las instituciones que implicaron las dictaduras del Cono sur, enmarcadas en el esquema de intervención geopolítica del imperialismo yanki diseñado principalmente por Henry Kissinger: el derrocamiento de Salvador Allende en Chile en 1973.
“Colateralmente a la ocupación militar, dirigida por el Pentágono, bajo cuya conducción y mando están muchas fuerzas armadas latinoamericanas, verdaderas guardias pretorianas y fuerzas de ocupación, los capitales realizan su expansión económica y financiera, copando las fuentes de riqueza de los diversos países, con la ayuda de “gobernantes” proclives, previamente colocados allí por el propio imperialismo, algunas veces como “dictaduras militares democráticas” aunque tengan la necesidad de asumir la suma del poder público. Y de poco han valido hasta ahora los reclamos de los patriotas y los mercaderes por la defensa de sus naciones y sus intereses: la penetración sigue imperturbablemente su marcha.” (La Hora de los Pueblos, 1968, página 170).
En sus primeras obras escritas, esos dos textos fundamentales que constituyen en su espíritu uno solo, Latinoamérica ahora o nunca (1967) y La hora de los Pueblos (1968), ya Perón manifestaba con la lucidez de un visionario la importancia de un proyecto general de integración latinoamericana con el objetivo de constituir un bloque sólido de poder político amparado por las cercanas relaciones económicas que permitiera posicionar a la Argentina en el mundo como un país soberano y pujante, aislando las posibilidades de desarrollo y crecimiento de las garras del imperialismo.
“Los grandes imperios, las grandes naciones, han llegado desde los comienzos de la historia hasta nuestros días, a las grandes conquistas, a base de una unidad económica. Y yo analizo que si nosotros soñamos con la grandeza -que tenemos obligación de soñar- para nuestro país, debemos analizar primordialmente ese factor en una etapa del mundo en que la economía pasará a primer plano en todas las luchas del futuro.
La República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco la tiene. Pero estos tres países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva. Éstos son países reservas del mundo. Y nosotros de esas reservas aún no hemos explotado nada.
Esa explotación que han hecho de nosotros, manteniéndonos para consumir lo elaborado por ellos, ahora en el futuro puede dárseles vuelta… Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina.
Es indudable que, realizada esta unión, caerán a su órbita los demás países sudamericanos.” (Fragmento del discurso pronunciado en la Escuela Nacional de Guerra el 11 de noviembre de 1953, y que adoptó un carácter secreto. Luego publicado en Latinoamérica ahora o nunca, completo, 1967, página 213.)
Los desafíos que el mundo impone actualmente a las naciones en vías de desarrollo configuran un escenario peculiar en la división internacional del trabajo. La globalización de los procesos de innovación tecnológica muestra la complejidad de la hora, marcando diferencias en ese plano con los desafíos enfrentados en la década de 1950, de 1970 o en 2003. Lo que no se modifica, más bien se presenta como un patrón común, es el afán de los dueños del poder por menoscabar las funciones regulatorias del Estado como institución y la voluntad de instalar lógicas de consumo que quiebran los lazos de solidaridad planteando un recorte individualista en la construcción del sujeto en general.
En ese ejercicio permanente de esclarecimiento intelectual para guiar la acción política hacia objetivos que persigan y/o resguarden la soberanía nacional, el General siempre seguirá escribiendo.
Publicado el 2 de julio de 2024